cuando era chiquita a alma le enseñaron que tenía un número contado de palabras que podía usar. que tenía una bolsa de palabras dentro de su garganta y que a través de esta es que iba a dar forma a su vida. le enseñaron que las palabras podían curar corazones, como también podían causar huracanes en el alma de los humanos. que tenía que ser cuidadosa con las palabras que usaba. le explicaron que sus palabras podían ser terremotos, y dejarlas marinar, era como tener en en su boca el secreto más peligroso de todos los tiempos. porque sus palabras podían cambiar el mundo, pero solo si las usaba con agilidad y certeza. con convicción y conciencia.
le dijeron que al final del día, todo estaba contado. la cantidad de palabras que iba a usar, la cantidad de lágrimas que iba a llorar, la cantidad de abrazos que iba a recibir, la cantidad de sonrisas que iba a causar. pero que tenía que ser cuidadosa, de no dar de sí a la gente incorrecta, de no malgastar sus preciados recursos, que aunque había bastante, al final del día eran finitos.
cuando alma les preguntó porque era esto así, le respondieron que era porque ella era finita también, su vida era finita, que al saber que tenia límites tenía que ser responsable con sus recursos. ella no entendía. creía que sí sabía que tenía los días contados tenía que usarlos más, ver todas las estrellas debajo de las que iba a dormir y apreciar cada atardecer que sus ojos iban a poder ver. dar todos los abrazos que los demás estaban dispuestos a recibir. pero sus papás la convencieron de que no, que no podía dar y dar y dar. que tenía que guardarlos, guardarlos en el pecho y abrazarlos con todo el amor que tenía en su corazón.
creció reservada, guardándose palabras y gestos y sentimientos. tenía cuadernos y cuadernos y cuadernos. ríos de tinta donde sentía que usaba sus palabras pero como ella era la única lectora no salían. no contaban. las palabras de cierta forma seguían guardadas, no estaban gastadas. durante años embotello todo lo que sentía dentro de frascos que guardaba en su corazón, sin saber que por tenerlos guardados bajo tanta presión iba a hacer que cuando los abriera, estos se explotaran.
cuando estaba terminando su adolescencia y comenzando su adultez, en el espacio gris entre la independencia y la soledad, estaba sentada en la silla de adelante del carro de un amigo con las ventanas abajo, el pelo en el viento y la música a todo volumen, alma sintió que se quedó sin palabras. se asustó. no sabía si era porque como no las había usado, las palabras se habían perdido en su interior, o si, como sus comidas favoritas, tenían una fecha de caducidad, un límite, que al no usarlas lo suficiente solo paraban de estar disponibles. pensó que como nunca había hablado de sus sentimientos, nunca lo iba a poder hacer. tampoco sabía cómo hablar de eso que estaba sintiendo, le faltaban las palabras y le sobraban las explicaciones. no sabía cómo ser concisa y estratégica con su lenguaje. como ser contundente y fugaz con lo que decía. cuando salió de su trance estaba en una fogata, que por la oscuridad y el calor, por la finitud de la vida de esos palos, esa vida que ella podía ver como lentamente se extinguía, estalló. hablo por lo que se sintieron como horas acerca de todo lo que nunca había hecho, por miedo a no tener suficientes de esos dentro de su caja de herramientas, de todo lo que había dejado de hacer para que fueran más importantes los pocos que hacía. que vivir la vida fijándose en que hay una cantidad finita de cosas que podía hacer solo la limitaba y detenía, pero que se había dado cuenta que por ser contados no quería decir que había pocos.
en ese momento se arrepintió. de todos los cumplidos que nunca dio, y los sentimientos que nunca expresó. de los abrazos que le faltaron por dar y los besos que se ahorró. de los millares de te-quiero-gracias-por-pensar-en-mi-eres-muy-importante-en-mi-vida-me-has-enseñado-muchísimo que siempre sintió que sobraban. pues se dio cuenta que nunca lo hacían. y empezó a levantarse a disfrutar todos los amaneceres que el sol daba, a dar abrazos de buenos días, de que felicidad que estés acá en mi vida, de gracias por dejarme aprender, a levantar la voz cuando no entendía, a decirle a la gente que lo hizo bien, y que lo hizo mal también. a levantar la voz por otros, a pedir ayuda y a dar consejos, se dio cuenta que tenía muchísimo guardado, y por tanto, muchísimo por dar.
Junio 27, 2022
Kuita, Los Llanos
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